jueves, 11 de julio de 2019

20190711 ¿Cómo nos relacionamos?, ¿cuál es nuestro motor interior?

Por un lado, se ha dicho que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos... pero al mismo tiempo, se repite que, para amar al prójimo, primero debemos amarnos a nosotros mismos... fortalecernos interiormente.
¿Qué es primero, el huevo o la gallina?
¿Nos fortalece el amor a los demás y fortalecemos a los otros con nuestro amor, o primero debemos estar bien nosotros para recién poder dar?
La respuesta… ¿nos lleva a una diferencia que podría considerarse sutil? O ¿podrían generarse grandes cambios de comportamiento, según cuál sea nuestro enfoque?

El mundo actual tiene la impronta del consumismo, que se vende a sí mismo exaltando la idea del egocentrismo: “tu vida es una sola, lo que no aproveches ahora... es bueno que puedas darte los gustos”. 
Muchos interpretan que consumar esos gustos personales genera un grado de autosatisfacción suficiente como para estar en condiciones de derramar amor a los demás, o sea, amar al prójimo... 
¿Consumar esos gustos personales genera una autosatisfacción superadora o podría generar dependencia?
No es siempre igual, pero las rutinas nos generan hábitos, luego somos “esclavos” de nuestros hábitos… somos lo que hacemos
Es difícil llenar nuestro “saco interior” que junta y guarda el placer de poseer... siempre hay lugar para más posesiones, para más poder... ese “saco” cada vez se agranda más, cada vez tiene más espacios vacíos para seguir llenando... lo cual va generando la dependencia del poseer cada vez más... por lo tanto, el egocentrismo se retroalimenta a sí mismo... va creciendo… a veces, pudiendo volverse insaciable. Cuando se llega a ese lugar, los deseos sobrepasan a las necesidades.

Para que naciera el consumismo/egocentrismo y que se expandiera por el mundo, fue útil que se inventaran los ESPEJOS de vidrio, que SOLO nos reflejan nuestra imagen. 
Una vez que observo mi propia imagen con detenimiento, tengo menos tiempo para observar a los demás, y destino más tiempo a intentar adaptar mi imagen a mis gustos y placeres... aparecen “necesidades” que en otro contexto podríamos considerarlas “no tan necesarias”.
¿Cuál es el límite? 
Como depende de “mis deseos”, puede que los límites no resulten claros. Hacia allí nos conduce la ideología de género, donde todo puede transformarse en un bien de consumo, aprovechable o desechable, según mi deseo… ese lugar puede llegar a ocuparlo hasta el propio cuerpo… o más extremista aún, los propios hijos. Acercarse a lo que podría llamarse: ¡el consumidor perfecto!

¿Cómo habrá sido el mundo antes que existieran esos espejos? ¿Podemos imaginar un mundo sin espejos de vidrio, sin que nadie viviera pendiente de su propia imagen?

Al mismo tiempo, existe otro motor que puede movilizarnos... el de DARNOS por los demás.
Pero… ¿no se dijo que primero debíamos fortalecer nuestra autoestima para recién estar en condiciones de dar?
Una buena forma de fortalecer nuestro interior es aprender a ver la expresión de alegría y agradecimiento en el rostro del otro, cuando hago una buena acción… y saber diferenciarlo de lo opuesto. ¿Podemos imaginar un mundo donde nadie pudiera influir en su propia imagen, pero si hacerlo en la de los demás? y solo a partir de allí, sentir alegría o tristeza (pensemos un minuto en eso)… Un hábito positivo, de ese tipo, fortalecería tanto nuestro interior, que nos volvería “esclavos” del AMOR… y para amar de verdad (¿redundancia?, ¿se puede amar de mentira?) es necesario aprender a ponerse en el lugar del otro. 
En esta forma de vincularnos, nuestros espejos pasan a ser los demás, nos vemos reflejados en ellos, en sus rostros... y SI, mientras más fuertes nos vamos sintiendo interiormente, más podemos amar, y mejor podemos hacerlo cuando más conocemos al otro...
Como decíamos, somos lo que hacemos... 
¿Cómo sería el mundo de hoy si no existieran los espejos de vidrio? ¿Estaríamos pendientes de nuestra imagen, de nosotros mismos... o sería más natural “mirarnos” en los rostros de los demás?
Y AYUDARNOS a ser felices… motivo por el cual venimos al mundo.

Nos cuesta valorar “el darnos”… nos resulta dificil, en la diaria, presentir que se puede ganar más desprendiéndonos que acumulando… Pero tampoco significa que nos vayamos al consumismo extremo o a la ideología de género… es posible que todos los que esto leen no se encuentren en esos extremos… 
¿Existen posturas intermedias?
Tal vez nos ayude reflexionar sobre la diferencia entre negociar compitiendo y negociar cooperando, entre discutir y consensuar. La actitud de “me impongo donde hay una diferencia”, frente a “nos enriquecemos con las diferencias”.
Convivimos todos los días con personas cercanas, que conocemos y apreciamos, y también con otras que piensan distinto, e incluso con algunas que desconocemos completamente. Con todas podemos relacionarnos de distintas maneras, incluso a veces siendo más "duro" con quienes más apreciamos...
¿Cómo nos relacionamos?
¿Vivimos en la confrontación, tratando de vencer o sacar alguna ventaja? O ¿Buscando cooperación y consensos… tratando de conocer más al otro?
¿Cuál es nuestro motor de vida?